lunes, 9 de septiembre de 2019

UN CONGRESO EN CAMARA LENTA


UN CONGRESO EN CAMARA LENTA

Un artículo de Gabriel Sued, autor de “Los Secretos del Congreso”(Ediciones B), publicado en La Nación, el pasado 7 de Septiembre, nos indica la morosidad de nuestros legisladores y la legitimidad en promover en una futura reforma constitucional, tanto a nivel nacional como provincial, la llamada “revocatoria popular” para aquellos diputados y senadores que no concurren a las sesiones; que carecen de proyectos legislativos y que no acrediten su tarea legislativa.
Es importante transcribir las reflexiones de Gabriel Sued:

"Este año el Parlamento podría alcanzar el récord negativo de menor cantidad de leyes sancionadas y sesiones realizadas. Es la fase final de una tendencia que empezó en 2008, como resultado de la creciente polarización política
La etapa política que se abrirá a partir del próximo 10 de diciembre no solo tendrá el desafío de estabilizar la economía y reducir la pobreza. Deberá asumir también el reto de reencauzar la actividad del Congreso, que este año se encamina a redondear el que, de mantenerse el ritmo actual, será por escándalo el período con menor actividad legislativa desde 1983.
Desde el 1° de marzo se sancionaron solo 18 leyes, muy lejos de las 66 aprobadas en 2018, el año con menor cantidad de normas durante la gestión de Mauricio Macri, y de las 57 sancionadas en 1987, el período que registra la peor marca desde el regreso de la democracia. Además, en 2019 podría alcanzarse otro récord más preocupante: hasta el momento se hicieron solo 9 sesiones entre las dos cámaras, la última de ellas hace casi dos meses. Es menos de la mitad de las 20 sesiones registradas en 2011, el año con menos debates desde 1983 hasta hoy.
Lejos de ser una excepcionalidad, la situación es la fase final de una tendencia que se inició en 2008 y que se profundizó a partir de 2010, como expresión legislativa de la creciente polarización política. Como se explica en el libro Los secretos del Congreso, que acaba de publicar Ediciones B (de Penguin Random House), la grieta también descompuso el funcionamiento del Parlamento.
El análisis de las cifras desde 1983 demuestra que desde inicios de 2007 el Congreso funciona a media máquina. La disminución en la cantidad de leyes y sesiones que se dio a partir del primer gobierno de Cristina Kirchner marca el comienzo de una etapa singular en el Congreso, que abarca también la gestión de Macri. Mientras que entre 1983 y 2006 se habían aprobado 133 leyes por año en promedio, desde entonces la cifra se redujo a 106, un 20 por ciento menos. Si se compara la última etapa con los 12 años anteriores (1995-2006), la caída es todavía más pronunciada, de casi el 30 por ciento.
En el mismo lapso, la cantidad de sesiones se redujo un 36 por ciento. "Más sesiones significa más trabajo y mejor Congreso. Más leyes, no necesariamente, pero más sesiones sí. Porque hay sesiones cuando hay acuerdo. Esos acuerdos implican un trabajo previo. La sesión es el eslabón final de un proceso legislativo", explica Noel Alonso Murray, directora ejecutiva de Directorio Legislativo, la fundación que sigue más de cerca el trabajo del Parlamento.
Entre 1983 y 2006 hubo un promedio de 50 sesiones por año, y la cifra cayó a 32 entre 2007 y 2018. En esa última etapa se hicieron en promedio 18 sesiones por año en el Senado, lo que equivale a entre dos y tres por mes, y 14 en Diputados, entre una y dos mensuales. Los años con mayor cantidad de sesiones habían sido 2006, con 65 entre las dos cámaras; 1990, con 62, y 1991 y 2004, empatados en 60. Los de menor cantidad pertenecen todos a la última etapa: 2011, con 20; 2015 y 2018, con 22 cada uno, y 2017, con 25.
Estos cuatro años de récord negativo comparten otra característica. Con excepción de 2018, son años electorales. En los años con elecciones, la actividad legislativa decae, en especial en el segundo semestre. De hecho, en siete de los últimos ocho turnos electorales, la cantidad de sesiones en el Congreso fue menor que la de los años inmediatamente anteriores y posteriores.
Más allá de ese elemento, ¿cómo se explica la disminución de sesiones en los últimos doce años? ¿Los diputados y senadores decidieron trabajar menos? La merma hace que la actividad legislativa les requiera menos tiempo, está claro. Pero no parece una cuestión voluntaria sino sistémica. Se combinan al menos tres factores, como indica el estudio Modernizar el Congreso. Propuestas para el reglamento de la Cámara de Diputados, del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec): la polarización, la fragmentación de los bloques y la duplicación del número de comisiones.
La polarización puso fin a un modelo de consenso, propio de un sistema bipartidista, en el que la agenda de las sesiones se acordaba entre los principales bloques. Eso dio paso a un modelo de mayorías, en el que solo se hace una sesión cuando uno de los dos extremos de la polarización consigue el número necesario para impulsar su agenda.
Desde 2010, con más claridad, el Congreso es otro. Ese año se plasmó por primera vez en la composición de las dos cámaras la polarización entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo, nacida a mediados de 2008. No lo demuestran solo las fluctuaciones marcadas en la tasa de éxito legislativo de las iniciativas del Poder Ejecutivo, que tocaron su techo y su piso históricos en las gestiones de Cristina Kirchner y Macri, sino también el crecimiento de las sesiones especiales, con un temario circunscripto a los proyectos promovidos por los que convocan al debate, y la disminución de las sesiones de tablas en la Cámara de Diputados y, en menor medida, en el Senado.
Lo que parece un detalle formal marca, en realidad, un cambio de dinámica. A diferencia de las sesiones de tablas, aquellas en las que la agenda se define en la Comisión de Labor Parlamentaria y en las que suelen incluirse todos los proyectos con dictamen unánime de las comisiones, en las sesiones especiales solo se debaten los proyectos definidos por los diputados que convocaron a la sesión. Es decir, el que junta el quórum define la agenda y obliga al resto de los bloques a ser actores de reparto.
De ahí también que se hayan multiplicado las "cuestiones de privilegio", un recurso reglamentario creado para atender ofensas contra la cámara o contra alguno de sus miembros, y que las minorías terminan usando para poder hablar de temas que quedaron afuera de la agenda, lo que demora varias horas el inicio de los debates.
Después de la formación en 2010 del denominado Grupo A -un conglomerado de bloques antikirchneristas en Diputados-, las sesiones especiales crecieron y en 2011, por primera vez desde 1983, superaron en cantidad a las de tablas. Lo llamativo es que el modelo mayoritario se mantuvo y hasta se profundizó durante el gobierno de Macri. En minoría, Cambiemos procuró acordar con el sector más dialoguista de la oposición para dejar sin margen de acción al kirchnerismo.
La tendencia alcanzó su máxima expresión en 2017, cuando Diputados hizo diez sesiones especiales y ninguna sesión de tablas, algo que no había pasado nunca desde la recuperación democrática. Ese año, también por única vez desde 1983, el Senado tuvo más sesiones especiales que de tablas.
Lo novedoso de los últimos años es que la dinámica del conflicto, eje principal del trabajo del Congreso, ahogó incluso el tratamiento de los proyectos no conflictivos. La primera norma aprobada este año es la ley contra el acoso callejero, sancionada por unanimidad. Hay muchos otros proyectos que, si se debatieran, reunirían el voto de todos o de la mayoría de los legisladores.
El segundo factor que entorpece el funcionamiento del Congreso es una fragmentación constante, que, sin igualar el récord de 2005, cuando la Cámara de Diputados tuvo 54 bloques, supera en promedio al registro de décadas anteriores. Entre 1983 y 2017, la cantidad de bancadas de la Cámara de Diputados se multiplicó por cuatro. En 2018, 24 de los 33 bloques tenían menos de 5 integrantes y 17 de ellos, más de la mitad de las bancadas de la cámara, estaban conformados por un solo diputado.
La fragmentación trastocó el funcionamiento de un ámbito clave: la Comisión de Labor Parlamentaria. Creada en 1962, tiene encuentros secretos y reservados para los bloques de tres diputados o más, pensados para que el oficialismo y la oposición negocien en igualdad de condiciones los temas por tratar. Pero en los últimos tiempos esas reuniones se volvieron "multitudinarias", lo que dificultó los acuerdos y debilitó el trabajo de la comisión.
En tercer lugar, la casi duplicación del número de comisiones en la Cámara de Diputados, que pasaron de 26 a 45 entre 1983 y 2018. Esta inflación, motivada por la necesidad de repartir más presidencias de comisiones -con sus respectivos contratos- dificultó el trámite de los proyectos.
Un cuarto elemento, externo al Congreso, afecta a las dos cámaras por igual: el impulso parlamentario del Poder Ejecutivo, motor principal de la actividad legislativa, también declinó a partir de 2007. Desde entonces, la Casa Rosada envió en promedio 52 proyectos de ley por año, con un piso de 28, en 2018; mientras en los 24 períodos anteriores el promedio fue de 96, con un récord de 144, en 1986 y 1997.
Una curiosidad: después de Raúl Alfonsín, los dos que menos recurrieron a los decretos de necesidad y urgencia (DNU) son Cristina Kirchner y Macri. Esto permite concluir que en los últimos años en la Argentina simplemente se legisló menos. En la última etapa del gobierno de Macri con más claridad, el Congreso se convirtió en un campo minado que, a juicio de la Casa Rosada, era mejor no pisar. Dependerá del oficialismo que asuma el 10 de diciembre y de la oposición que el Congreso recupere su lugar como ámbito de batalla política, pero también de búsqueda de acuerdos".

lunes, 2 de septiembre de 2019

¿PARA QUE SIRVE LA CONSTITUCION?


 ¿PARA QUE SIRVE LA CONSTITUCIÓN?”

La constitución es un contrato social que los ciudadanos suscribimos, pactando sus contenidos, en una coyuntura determinada y como consecuencia de las relaciones de poder existentes en ese momento. La existencia de constituciones republicanas, monárquicas y teocráticas; sistemas parlamentarios y/o  presidencialistas; gobiernos autoritarios y/o dictatoriales; conservadoras, liberales o progresistas, etc. son testimonios de las relaciones de poder que subsistan en una determinada coyuntura y resultado de las estrategias que trazan las mayorías para imponer sus criterios a la minoría. 
En nuestro país, después de Caseros(1852), hubo un intento de contrato social. La ausencia de Buenos Aires en la convención transformó el incipiente y anárquico acuerdo federal en un primario “consenso constitucional”,una instancia previa al contrato constitucional, habida cuenta que los elementos del Estado (territorio, población y gobierno) no se habían integrado. Recién operan después de Pavón (1860), con un modelo de pensamiento elitista muy propio de la dirigencia de la época. James Madison, Alexander Hamilton, Juan B. Alberdi, asumían que la participación políticas de las mayorías debía ser limitada; por ello, su preferencia por las eleciones indirectas, los mandatos extensos, un Senado conservador, un ejecutivo fuerte.
La inmigración europea, post revolución industrial europea (1750) que arribó mayoritariamente a nuestro país a partir de 1875, sepultó ese acuerdo, pero no votaba. Las nuevas clases sociales forzaron la ley Saenz Peña, el voto masculino y a partir de 1916, el triunfo de Yrigoyen. La posguerra era una excelente oportunidad para trazar un nuevo contrato constitucional e incorporar todos los avances normativos que la revolución industrial en Europa habían reconocido ¿Porqué no se hizo? La “semana trágica” en 1919, los nuevos mercados derivados de la Guerra 1914/1918, el creciente poder de la Sociedad Rural, aferrada a la política agro exportadora con un mercado facilitado por una europea devastada, impidió priorizarla. 
La constitución de 1949, impregnada de un fuerte contenido social, ensayó otro intento de acuerdo en un momento que las relaciones de poder en nuestro país mostraban una profunda grieta entre el proyecto agrícola y el industrial. La constitución de 1949 pudo haber sido el segundo contrato social en nuestra historia reciente. Su fracaso fue haber omitido el consenso y ser resultado de una imposición. El golpe de Estado de 1955 fue la respuesta ilegal que abrogó la constitución vigente y reinstaló la constitución histórica de 1853/1860.
Analizada restropectivamente nuestra historia, los dos únicos contrato sociales basados en acuerdos de mayorías fueron en 1860 y especialmente en 1994 en la que se mejoró ostensiblemente el amplio abanico de los derechos y garantías constitucionales y convencionales. 
¿Sigue vigente el contrato social de 1994? Absolutamente no. Las dos estructuras partidarias que acordaron el “Pacto de Olivos” se diluyeron, desdibujadas ideológicamente. Ambas fueron respuesta a una situación nacional e internacional muy diferente a la actual. Aquella constitución de cuño liberal trazada en 1853/1860 y modificada parcialmente en 1994 no refleja la actual situación institucional y mucho menos la geopolítica internacional. Los partidos se han transformado en movimientos y éstos, adoptado fisonomía de alianzas; los mercados de integración, resultado de la globalización, nos imponen nuevas lecturas y los instrumentos internacionales de derechos humanos han limitado los criterios sustentados en la soberanía clásica.
¿Para qué sirve, entonces, una constitución?
  1. Precisa en un documento escrito, los consensos de los sectores mayoritarios; acuerdos que no pueden ser derogados ni suprimidos sino por mayoría especiales; 
  2. Nos reconoce como titulares de derechos y principios esenciales por ser parte indivisible de la condición humana. Dichos principios son irreversibles e inderogables y ninguna ley del Congreso podría derogarlos;
  3. Consagra la libertad de expresión que nos permite disfrutar una información veraz que colabora en formar nuestros propios criterios, necesariamente diferentes, para poder participar libremente en la vida pública;
  4. Asegura un parlamento que refleje el pluralismo político en defensa de los contenidos republicanos; es decir: periodicidad de los mandatos; división de los poderes; justicia independiente, libertad e igualdad, evitando la frustración al libre desarrollo de la personalidad;
  5. Reconoce los mecanismos que posibilitan un acceso real y efectivo a los derechos económicos, sociales y culturales, la educación publica y laica, la sanidad, el acceso a una vivienda digna, la garantía a un medio ambiente saludable; todos derechos y garantías que debemos exigir y defender en la practica cotidiana
  6. Delega y confía la administración del Estado a una persona por tiempo determinado y la justicia a jueces probos e independientes
  7. Establece mecanismos de control que nos permite supervisar, estableciendo mecanismos de transparencia en nuestros mandatarios en procura de la buena y sana administración;
  8. Planifica una organización territorial federal y la autonomía del régimen federal.

¿Y si el contrato constitucional se incumple?
Tenemos el voto para cambiar ese estado de situación: Es secreto, no hace diferencia de géneros ni de orientaciones sexuales y la única limitación que reconoce es la condición de ciudadano.
Al voto se le ha sumado un poder anárquico que no reconoce el monopolio de ningún medio de prensa y tampoco un dueño: las redes sociales. El sufragio y las redes sociales se han convertido en instrumentos esenciales que nos permiten decidir y planificar nuestro futuro. La movilización popular colaboró con la derrota de los gobiernos dictatoriales, recuperó el Estado de Derecho y con él, el sistema democrático y una herramienta formidable que es el derecho a sufragar.

¿Es necesario un nuevo contrato constitucional?
Sí. Debemos impulsar un nuevo contrato constitucional que democraticen el poder. Un Jefe de Estado diferente del Jefe de Gobierno; profundas reformas en los criterios de acceso a la justicia para garantizar su idoneidad e independencia; potenciar mecanismos de participación democrática; prohibir las renovaciones automáticas en los mandatos de legisladores nacionales, provinciales, concejales y dirigentes sindicales para evitar los cargos vitalicios propios de los sistemas monárquicos, promoviendo la periodicidad de las funciones y la renovación generacional evitando las estructuras burocráticas que condicionan la estructura republicana al transformarse en “grupos de poder”. Finalmente, establecer que la única manera de acceder a la administración pública es por concurso de oposición y antecedentes para, de esta manera, premiar a los idóneos.
Es importante que la administración que ejerza la función ejecutiva a partir de Diciembre, impulse un nuevo contrato constitucional en la que todos nosotros podamos debatir las cuestiones publicas no subjetivas.
Septiembre de 2019. 

Dr. Ricardo Alejandro Terrile-Profesor Titular Derecho Constitucional- Fder- UNR